Aprendiendo a navegar con el enojo de su niño

El cerebro de los niños es como un barco con el que hay que saber maniobrar por el mar de las emociones. 

La alegría, tristeza, miedo, asco y enojo, son una muestra de esas variaciones del ánimo que suelen manifestarse en los menores de edad; por lo que es fundamental para los progenitores, saber manejar estas reacciones para que tengan el mejor desarrollo de sus habilidades sociales y aprendan a ser proactivos y resilientes.

Dentro de ese cúmulo de emociones, una de las que más preocupa a los padres es la rabia o enojo.  Algunos no comprenden, por qué su pequeño actúa de ese modo, cuando, por ejemplo, se le quita el celular, al momento de compartir un juguete con sus hermanos o cuando hace un berrinche en el supermercado porque no le compraron lo que quería. 

La doctora Marta Ceballos manifestó que para entender por qué los infantes se enojan, es fundamental comprender cómo funciona su cerebro.

La especialista que labora en la Caja de Seguro Social y que, entre sus estudios está una maestría en neurodesarrollo infantil y neonatal, indicó que en los primeros años de vida el cerebro del infante está en constante desarrollo.

El cerebro -añadió- tiene dos partes claves: la amígdala, que reacciona rápidamente al miedo o la frustración, y la corteza prefrontal.

La corteza prefrontal es la parte encargada del autocontrol y la regulación emocional en el niño que, en esta época de la vida, aún no está totalmente madura; en consecuencia, ante situaciones de frustración, la respuesta del pequeño suele ser más impulsiva y exaltada.

«Este desequilibrio explica por qué, a veces, las rabietas pueden parecer desproporcionadas, ya porque aún no tiene las herramientas necesarias para calmarse por sí solo», subrayó.

Pero ¿Cómo pueden aprender a controlar el comportamiento agresivo?

La experta dijo que el aprendizaje de la regulación emocional es un proceso que toma tiempo.  El cerebro de los infantes es increíblemente maleable, tal como apuntan diversos estudios sobre el tema, y es lo que se conoce como “neuroplasticidad”.

Aseveró que, con el apoyo adecuado, los niños pueden crear conexiones neuronales que les ayuden a manejar mejor este tipo de estímulo.

Una de las formas más efectivas de enseñarles es a través de la repetición de herramientas, como nombrar lo que sienten. Por ejemplo, decirle al niño “entiendo que estás enojado porque no pudiste jugar más”, puesto que este patrón le ofrece el lenguaje que necesita para procesar lo que está sintiendo.

Poco a poco -aseguró- su cerebro comenzará a integrar estas respuestas, lo que permitirá una mejor autorregulación.

Rol de los padres

Los padres juegan un rol crucial en este proceso, ya que los niños aprenden observando a sus cuidadores.

Cuando un adulto responde con calma ante la ira, el cerebro del infante se siente seguro y aprende que no necesita entrar en “modo alerta”.

En cambio, si los padres reaccionan con gritos e ira, el niño interpreta que la situación es peligrosa, lo que puede aumentar su estrés y empeorar su comportamiento.

Añadió que la teoría del apego, ampliamente respaldada por estudios neurocientíficos, nos muestra que los niños con figuras de apego seguras -como lo son los padres que responden de manera consistente y empática- desarrollan una mayor capacidad para gestionar sus emociones, no solo en la infancia, sino también en la vida adulta.

Si el cerebro del niño no logra integrar herramientas de regulación, a pesar del apoyo de los padres, o si los episodios de ira son extremadamente intensos o frecuentes, podría ser el momento de considerar la ayuda de un especialista.

«Las terapias conductuales pueden ofrecer al niño estrategias más específicas para gestionar su frustración. En estos casos la intervención temprana es clave, ya que el cerebro de los niños es altamente moldeable durante los primeros años, y una terapia adecuada puede ayudarlos a formar las conexiones necesarias para un mejor control emocional», finalizó la Dra. Ceballos.

Reportaje: Diamar Díaz Nieto